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2019/08 - Memoria de un profesor voluntario: "Lo Que Aprendí"

Este es el testimonio que comparte uno de los docentes españoles que viajaron a Turkana este verano para dictar el curso de formación de profesores locales.

TURKANA TEACHERS’ TRAINING 2019: LO QUE APRENDÍ

Por fin se acabaron los vuelos y pisamos tierra firme. ¿Dónde estamos? En Lodwar, la mayor localidad del noroeste de Kenia; pero me temo que mi mente va a tardar un rato más en aterrizar. De momento nos toca seguir acarreando maletas. Enormes, por cierto, atiborradas principalmente de material escolar, medicinas y algunas provisiones.

La hermana Olinda nos guía hasta la salida del aeropuerto donde está teniendo lugar un partido de fútbol en un desmedido campo de arena alrededor del cual parecen haberse congregado todos los chavales de la región.

Después saltamos al jeep y enfilamos ese camino que no termina nunca y que nos llevará hasta Lokitaung, nuestro destino final. Con la vista puesta en el paisaje seco y hostil me pongo a repasar qué hago aquí: vengo con la Fundación Pablo Horstmann, participo en un curso de formación, somos docentes.

Yo vengo a guiar unas sesiones de cohesión de grupos, teambuilding, coaching de equipos... o como lo quieran llamar. ¿Para quién? Solo sé que son los profes de las Escuelitas de Turkana. A alguno de los maestros les he visto en fotos o impartiendo clase en fragmentos de vídeo de 21 segundos pero realmente no sé quiénes son, ni cómo viven ni en qué piensan.

Después de las primeras 72 horas, casi dedicadas por completo a la captación de estímulos, por fin comienzo a tener conciencia de dónde estoy. Creo que ahora entro en una fase de “interacción consciente con el medio”

Los participantes manifiestan mucho interés y se implican al cien por cien en cada actividad, por lo que acusan cierta fatiga mental cuando llegan a la última sesión de la jornada; la mía. Llega mi turno y nos ponemos a jugar. “Se puede descubrir más de una persona en una hora de juego que tras un año de conversación”. La afirmación es de Platón, pero me sirve para ilustrar de qué va a ir esto, de conocerles y que se conozcan mejor. Pocas veces he visto grupos tan entregados a esta tarea. Juegan como hay que jugar: con seriedad, con espontaneidad, con todo su ser. En consecuencia, algunos momentos de las actividades son delirantemente divertidos, mientras que otros posteriores en los que analizamos las experiencias producidas, se tornan reflexivos y emotivos. Me doy cuenta de que son gente sensible y al mismo tiempo acostumbrada a superar dificultades. 

La convivencia entre los voluntarios es intensa. Nuestro desconocimiento inicial pronto ha dado paso a un interés mutuo y a un deseo de colaboración, hasta tal punto que los participantes piensan que trabajamos juntos en España. Eso me parece muy positivo, dado que siempre he creído que la unidad entre docentes educa más que la genialidad individual.

Un profesor no enseña, sino que “se enseña a sí mismo”. En Turkana, las hermanas lo tienen muy claro. Sus profesores han de ser un ejemplo para la comunidad: de convivencia, generosidad, espiritualidad, de humanidad en definitiva. ¿No debería ser esta, también, nuestra misión como maestros? Porque lo más importante y lo más difícil de construir allí (o aquí) es lo que no se ve y eso sólo puede hacerse a través de lo que se ve. Lo visible es reflejo de lo invisible. Las flores en el comedor, la limpieza o el orden de la sala, una frase en la pared, uniformes y hábitos son la manifestación del cariño, de la satisfacción por las cosas bien hechas, de la perseverancia, de la fe. 

El curso termina y siento un cóctel con gotas de alivio por el fin del trabajo duro, grandes dosis de satisfacción por el resultado y algo de nostalgia por los buenos momentos. También experimento mucha gratitud, porque en mi última fase vital de este viaje ya no pongo el acento en lo que he podido hacer yo por otros sino en lo que hacen otros por mí.

Ya queda menos para volver a casa y me doy cuenta de que he pasado veinte días inmerso en una realidad, sin pantallas reales o figuradas, que desvíen mi atención impidiéndome mirar lo que tengo delante. Convivir con gente que afronta sus dificultades con tanta dignidad y agradecimiento me ha proporcionado un entorno en el que resulta más sencillo experimentar qué es lo esencial, lo que realmente importa, lo que me sostiene cada día.

Turkana, Julio 2019

 

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